Tras un rato de aclimatación y una merecida siesta conseguimos capear un poco el "jet lag" justo al tiempo de recibir a los que serán nuestros compañeros a lo largo de casi todo el viaje. ¡Los primos! Que están de viaje de novios por aquí, por el Sudeste. Salimos a cenar por los puestos callejeros del mercado nocturno mientras nos contábamos divertidas anécdotas acontecidas en los trepidantes días anteriores. Pero, tras la paliza que llevábamos encima, las fuerzas empezaron a fallar y nos fuimos al hostel a descansar. No sabéis el día que nos esperaba.
Al día siguiente nos levantamos temprano para que nos diera tiempo a ver un montón de sitios. Empezamos en la Sule Pagoda por ser la más cercana. Esta pagoda es la que da nombre a este céntrico barrio en el cual nos alojamos. Aquí empezamos a darnos cuenta de que, al menos en su capital, la diferencia con la gente del resto del sudeste es brutal. Están aquí al lado y es que no tienen nada que ver.
Dentro de la pagoda, a la cual se entra descalzo de calzado y calcetines, se puede apreciar la devoción de este pueblo mayoritariamente budista. Las estatuas e imágenes doradas reciben innumerables ofrendas por parte de todos, ya sean económicas o materiales: comida, flores o simbólicas ofrendas de agua sagrada.
Siguiendo nuestro camino por las calles de Yangon pudimos ver que la ciudad está bastante bien ordenada, más que muchas otras capitales del sudeste asiático. La gente viste unos pañuelos largos que les llegan hasta los tobillos, los "longi" y lucen un característico "maquillaje" que sólo se ve en este país. Se les ve más aseados y más cuidados, sobre todo las mujeres que, curiosamente, son en general más esbeltas y guapas.
Se conservan bien muchos edificios coloniales. Están por todas partes, destacando la Catedral, a la que no quisimos entrar debido a que estaban de misa. Más adelante y poco antes de llegar a nuestra siguiente parada: el parque Kandawgi. Decidimos descansar tomando algo en el skybar de un hotel desde el que podíamos divisar toda la ciudad.
Tras ésto nos llovió un poquito pero escampó justo para encontrarnos con el precioso lago del parque, de una gran belleza, por cierto. Y al fondo, la indudable superestrella de la ciudad, Shwedagon Pagoda. Caminando por la calle que daba acceso a la puerta Este se podía contemplar la majestuosa imagen del monumento al fondo precedido de cientos de puestos.
Al llegar volvimos a desplazarnos para ascender dos niveles flanqueados por un bazar. Y ahí estábamos, el brillo dorado de toda su estructura nos cegó de inmediato. La inmensidad de sus decenas de templos culminaba en el pico de su enorme estupa central. Allí pasamos más de una hora recorriendo sus lugares y aprendiendo de su historia. Swedagon significa: el Relicario de los Cuatro budas, y debe su nombre a que se dice que esta pagoda contiene un pelo de cuatro de las reencarnaciones de Buda. También pasamos buenos ratos con los lugareños, los cuales nos pedían fotos con ellos sin parar. Un lugar precioso.
Por último nos acercamos más al Norte donde estaban dos pagodas más, la del Buda reclinado más grande que hayamos visto (el cual estaban pintando) y la Mgahtatgyi Pagoda con su majestuosa estatua de Buda meditando.
Al volver tocaba una buena ducha y un poco de relax para nuestras piernas fatigadas. Y para rematar fuimos a cenar al barrio chino. Ni se puede describir el ambientazo de gente, bares y cachondeo que se respiraba por allí. Nos hartamos de reír con los comerciantes locales y hasta Jesús se atrevió a comerse un saltamontes. ¡Se comió un bisho! Así los llaman aquí, no es broma.
Aquí os dejo unas fotillos. Un abrazo.
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