Tras despedirnos de los primos nos bajamos del autobús en Bago. Y empezaba la recta final de este viaje por esta tierra maravillosa que es Myanmar.
Nuestro objetivo en esta ciudad no era visitar más pagodas, ni estatuas de Buda ni templos. Queríamos subir a la Montaña Sagrada de Kyaitkiyo para admirar la Roca Dorada. La cual se encuentra en la cima suspendida de forma inexplicable sobre el abismo, se dice que es sujetada nada menos que por un pelo de Buda.
Tras encontrar alojamiento fuimos raudos a la parada del bus que, tras tres horas de trayecto, nos dejaba en Kinpun. Y desde allí nos esperaban 30 minutos de ascenso en camión hasta el sagrado templo. Fue un trayecto duro, tanto a la ida como a la vuelta, pero el esfuerzo obtuvo gran recompensa. Además tuvimos la suerte de conocer a una pareja (Álvaro y Daniela, ¿o era Gabriela?, qué malo soy para los nombres). En fín, que lo pasamos muy bien ese día que compartimos juntos.
El lugar es de los más sagrados del país y se nota porque, nada más entrar, ya tienes que pagar una pasta por la entrada. Más el transporte en camión, más tasas de todo tipo, y más todo lo que quieras gastar en láminas de pan de oro para forrar la susodicha roca. Pero no podíamos ir a Myanmar y dejar de visitar un lugar tan importante. Y es que, en realidad, es impresionante (ya lo veréis en las fotos).
A la vuelta no tuvimos un viaje tan pesado gracias a que tuvimos buenos ratos de conversación junto a nuestros nuevos amigos. Ratos que, al final, se alargaron algo más en el "bar de la esquina" con unas cervezas y en buena compañía.
Al día siguiente, nuestro último destino, la preciosa región de Hpa-An. Van unas fotillos.
Nuestro objetivo en esta ciudad no era visitar más pagodas, ni estatuas de Buda ni templos. Queríamos subir a la Montaña Sagrada de Kyaitkiyo para admirar la Roca Dorada. La cual se encuentra en la cima suspendida de forma inexplicable sobre el abismo, se dice que es sujetada nada menos que por un pelo de Buda.
Tras encontrar alojamiento fuimos raudos a la parada del bus que, tras tres horas de trayecto, nos dejaba en Kinpun. Y desde allí nos esperaban 30 minutos de ascenso en camión hasta el sagrado templo. Fue un trayecto duro, tanto a la ida como a la vuelta, pero el esfuerzo obtuvo gran recompensa. Además tuvimos la suerte de conocer a una pareja (Álvaro y Daniela, ¿o era Gabriela?, qué malo soy para los nombres). En fín, que lo pasamos muy bien ese día que compartimos juntos.
El lugar es de los más sagrados del país y se nota porque, nada más entrar, ya tienes que pagar una pasta por la entrada. Más el transporte en camión, más tasas de todo tipo, y más todo lo que quieras gastar en láminas de pan de oro para forrar la susodicha roca. Pero no podíamos ir a Myanmar y dejar de visitar un lugar tan importante. Y es que, en realidad, es impresionante (ya lo veréis en las fotos).
A la vuelta no tuvimos un viaje tan pesado gracias a que tuvimos buenos ratos de conversación junto a nuestros nuevos amigos. Ratos que, al final, se alargaron algo más en el "bar de la esquina" con unas cervezas y en buena compañía.
Al día siguiente, nuestro último destino, la preciosa región de Hpa-An. Van unas fotillos.
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