Fue al bajar del autobús y pisar las embarradas calles de Phnom Penh cuando sentí los ojos de Marina sobre mi espalda. Al girarme vi su cara al ver la mía y está claro que ambas decían: ¡dónde nos hemos metido!
Ya al andar unos metros fuimos viendo que ese Mordor del que alguno nos había hablado se iba viniendo a menos y que ni las personas eran orcos ni el peligro era tanto.
Cuesta asimilar tanto contraste entre las expectativas que te creas y el resultado final, la realidad. También cuesta creer que un pueblo, representado en este caso por su Capital, Phnom Penh, haya sufrido tanto en el pasado. La huella de los Jemeres Rojos y su masacre seguro que permanece imborrable en el corazón de cada uno de los que aquí viven. Y que nada de eso se note hoy, con tan poco tiempo de distancia...
Más nos cuesta asimilarlo cuando das una vuelta y ves su vida y su trasiego, incluso alegría.
Se dice que unos crían la fama y otros cardan la lana, pues este es el caso de Camboya. Aunque a Tailandia le llamen el país de la sonrisa podemos afirmar que, en proporción, el camboyano es más sonriente y servicial que su vecino más afamado, además con diferencia.
El segundo bofetón a nuestra idea preconcebida fue al llegar a la costa. Estábamos convencidos de que Sihanoukville iba a ser un pueblito pescador con alguna playa buena. Pues lo de las playas sí, y muy buenas, pero lo otro... Más ambiente no he visto yo en una playa ni en la Caleta de Cádiz. ¿Es que nadie conoce Camboya en España? Legiones de ingleses, australianos y rusos llenan de vida sus paseos marítimos hasta altas horas de la madrugada.
Igual pasó en Siem Reap, lo del ambiente. Y lo de Angkor ya ni os contamos. Ni se os pase por la cabeza rechazar una invitación, sea de quien sea, para visitar este sitio aislado del Tiempo y la locura moderna. Aquí sí hay que venir una vez en la vida, casi nos da rabia no haber venido antes. Cuántas noches, en el futuro, perderemos unos minutos de sueño paseando (imaginariamente) por sus calzadas y torreones antes de conseguir despejar la mente y conciliar el sueño.
Casi nos alegra haber dejado varios trozos de este pastel agridulce que, por falta de tiempo y conocimiento, ahí se quedan esperando al próximo viaje. Y así Krati, Koh Rong, Kampot, el lago Tonle Sap y tantos otros lugares, aun desconocidos, nos alientan a volver y nos hacen pensar (y desear) que habrá una segunda parte en un futuro, más pronto que tarde.
Nadie vino y nos dijo que Camboya merecía tanto la pena, quizá por eso nuestra sorpresa fue tan buena e impactante. Y ahora somos nosotros los que recogemos el guante y os decimos a todos que el que pueda que se atreva. Que deseará haber venido antes. Que no se fíe de las apariencias y que se venga a Camboya, un país alucinante.
Tomo nota!!!un beso chicos!!
ResponderEliminarHay que ir!!un besazo
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