lunes, 7 de diciembre de 2015

Por tierra y mar

Llevamos muchos posts hablando de dónde estamos sin apenas comentar cómo hemos llegado. De cómo se llega a dónde. Y es que todo es muy bonito pero entre medias está el caminito. 

Motorizados en las distancias cortas, ya llevamos once scooters diferentes, y las que quedan. Porque no hay nada como la libertad que generan, porque vas a tu ritmo y porque ya llevamos muchas cuestas acumuladas en nuestras piernas. Cuando no hubo moto, ni taxis ni fuerza en las piernas, se tiró del autostop, y funcionó.

El bus es otro tema; grandes, medianos,  pequeños, aún más pequeños, de dos pisos... en ésto somos ya unos expertos. El récord, 16 horas por la carretera Trans-Sumatra, de noche y con un chófer poco menos que suicida. Ya todo lo que sea menor de 10 horas ni nos molesta. Minibuses habrán sido unos 20, muy distintos entre ellos: nuevos, viejos, aún más viejos, tuneados y supertuneados con musicón incorporado. Y es que nadie dijo que debía ser aburrido el transporte más barato.

Del tren mejor ni hablamos, que aún tengo muy recientes las 24 horas de Chiang Mai (en dos trenes, que van lentos pero tampoco tanto). Era como un coche-cama pero sentados y sin camas (lo que tiene comprar los billetes a última hora en la festividad budista más importante del país). Otra vez como estacas y evitando levantarnos ni para mear por si a alguna maruja autóctona le daba por plantar el culo en nuestro escaso pero merecido habitáculo aprovechando un descuido. Yo no acuso sin fundamento, ¡las ví hacerlo!
Pero ¿y lo bien que lo pasamos? Al final te haces amigo de todos los de al lado y, al finalizar, es compartida la ilusión por haber llegado.

Faltaban los barquitos, y ya hemos tenido de eso. Tenido y retenido hasta decir basta, ya de agua, de meneos, resbalones y dedos hechos trizas por culpa de un cabo, clavo o madera a mala leche fuera de sitio y camuflado. Sé de lo que hablo. 
Nunca olvidaremos lo divertido que es pasarte el día con la sensación de meneo aun llevando ya horas en tierra firme Y para rematar, no hay nada como que en tu último trayecto hacia el Continente se rompa el motor del barco y tu nave se arrastre varios metros a la deriva hasta encallar en unos maderos del puerto. 
Pero eso es lo que tiene ser marineros: la sal, el viento, el avanzar por medio de estos océanos inmensos, y ver como ese punto del horizonte va creciendo y creciendo; convirtiéndose en acantilados, playas, árboles, casas y puertos, dejándonos una imagen única para el recuerdo. 

También nos tocó volar, hasta tres veces más. No es algo que vaya a superar de tanto hacerlo pero se hace y ya está, al menos los aviones son cómodos (si te tienes que estrellar que sea en un buen asiento). Lo importante es tener siempre la opción de alcanzar el siguiente destino.

Si es que al final da igual si es en avión, tren, barco, lancha, moto, coche, bici, obyek (mototaxi), tuk tuk, bus o minivan. Lo importante es tomarte un segundo, girar la cabeza y observar, seguramente, lo que no verás nunca más. Y al llegar, no pensar en tus ojos cansados o en tus huesos machacados, sino pensar que en este viaje es tan importante (o más a veces) el camino recorrido como el destino

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