Una vez que habíamos conocido el centro de la ciudad y sus tesoros, nos informamos sobre qué podíamos ver cerca y todos coincidieron en dos puntos: las cascadas Kuang Si y las famosas cuevas de Pak Ou.
Ambas se encontraban a una distancia de unos 30 kilómetros de la ciudad, pero en sentidos opuetos, así que tras sopesar todas las opciones nos decantamos, como siempre, pot alquilar una moto y hacerlo por nuestra cuenta. Los tours son algo más caros y más cómodos pero no te dan nada de libertad. Tienes un tiempo muy limitado para conocer cada sitio, y te pierdes la aventura de llegar al lugar e ir parando por el camino para disfrutar de las vistas o preguntar a los lugareños.
Nuestra primera parada fueron las cuevas. Después de un tortuoso camino por una carretera a medio hacer (en Laos todas son así, de ahí la barbaridad de horas de trayecto entre un punto y otro), llegamos a un pequeño pueblo de artesanos y pescadores desde el que coger una pequeña barquita para cruzar el Mekong y llegar a Pak Ou. Una preciosidad.
Las cuevas se encuentran emplazadas en acantilados calizos y están repletas de cientos de imágenes de Buda, a modo de cementerio de estatuas y ofrecen fabulosas vistas del río y las montañas que lo rodean.
Cerca se encuentra la aldea conocida como "Whisky Village" famosa por su fuerte licor de arroz, con todo tipo de insectos dentro. Nosotros no pudimos visitarla, pero si vimos algunas de las botellas que allí se fabrican (y ¡no quisimos probarlas!).
Tras deshacer el camino en dirección al pueblo, encontramos un Templo en lo alto de una colina que nos sorprendió con unas increibles vistas de la ciudad desde fuera. Pudimos contemplar el punto en el que habíamos estado un par de días antes en la cima del Phu Si.
Tras la parada, picamos algo en un puesto callejero con el que dimos por casualidad y por fin llegamos a las cascadas. Alucinante.
Para acceder a ellas antes pasas por un Refugio de Osos, donde no me quedó muy clara su labor. Rescatan a osos de zonas deforestadas o donde se ecuentran en peligro pero los tienen en un recinto que aunque amplio no deja de estar amurallado. Al menos intentan conciendiar a la gente de su protección y a los chinos de que no usen una "mágica crema" realizada a base de bilis de osos.
Pasada esta parte, nos encontramos con unas piscinas naturales de un azul turquesa que parecía de mentira donde bañarte en su agua bien fría, dejar que los pececillos te mordisqueen los pies (al estilo pedicura) y tirarte por alguno de sus trampolines improvisados. La pega, había mucha gente, no sabemos si por ser el Día Nacional de Laos o si siempre es así.
Nosotros pasamos de aglomeraciones, así que fuimos caminando y divisando distintas partes de la cascada y bañándonos donde podíamos. Llegamos rápido a los pies de la cascada en sí, con una caída de agua de unos 80 metros a ojo. Una de las imágenes más bonitas de todo el viaje.
Pero no nos íbamos a quedar ahí, teníamos que verla también desde arriba, con lo que continuamos el camino y ascendimos hasta el nacimiento mismo. La travesía no fue para tanto (cada día nos sentimos más en forma) y la recompensa enorme: las vistas y el lugar, como sacado todo de un cuento y casi para nosotros solos.
Después de un rato disfrutando del lugar, Miguel encontró un plan b para bajar y elegimos esa ruta que resultó ser aún más sencilla.
Y una vez abajo y tras tanta paliza qué mejor que un último baño y una beerlao fresquita acompañada de un bocata, y es que aquí se lleva mucho eso de comer bocadillos con "pan de verdad".
Ahora tocaba vuelta a la ciudad. Ese día teníamos que llegar a un mirador a los pies de un Templo para ver como el Sol se escondía entre las montañas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario