Tras dejar Vietnam con pena, por no tener más tiempo para seguir disfrutándolo, tocaba volver a cruzar la frontera. Esta vez al país más pobre y del que peor nos habían hablado: Camboya.
La gente tiene mal concepto de este lugar por la suciedad de sus calles, la mala calidad de su comida, la peligrosidad (conocemos un caso de robo de un móvil desde una moto) y por sus precios (en ocasiones abusivos). Nosotros no queríamos ni queremos tener una idea preconcebida de ningún sitio, con lo que a medida que pasen los días decidiremos si la gente tiene o no razón.
Nada más llegar a la estación de Phnom Penh, su Capital y primer destino, el calor nos dió una bofetada y sólo teníamos ganas de llegar al hotel y soltar los bártulos para poder empezar a patear un poco y dimos gracias a que parece que aquí no son tan pesados con el "madame, ¿tuk-tuk?" como los vietnamitas y, por lo general, siempre tienen una sonrisa en la cara.
Buscando el alojamiento en la zona mochilera que nos recomendaba la guía, sí percibimos más pobreza en el ambiente, aunque las grandes avenidas y la ribera del río no tienen nada que envidiarle a otras grandes ciudades.
Teníamos tan solo esa tarde y la siguiente mañana para conocer un poco los atractivos turísticos de la capital, ya que queríamos llegar a dormir a la playa donde pasaríamos la Nochebuena. Todo un reto para unos trastornados como nosotros porque sí, lo vimos todo, menudas patas estamos echando.
La tarde de nuestra llegada, teniendo en cuenta que algunos emplazamientos turísticos cierran temprano, lo dedicamos a pasear por las calles. Nos acercamos a sus mercados: el Central, en su interior, vende joyas, sedas y souvenirs para el turista; y el Antiguo, comida, ropa y productos locales.
Vimos los dos templos budistas más importantes de la ciudad: el Wat Phnom y el Wat Ounalom, con un estilo parecido al vietnamita; paseamos por la ribera del río Tomle Sap y por el Parque de la Independencia, presidido por un monumento con el mismo nombre, y donde la gente se reúne a hacer ejercicio (muchos corrían, jugaban a la pelota, badminton, indiaka, incluso hacían aerobic a ritmo de una horrible música).
Ya en el hotel, cerveza en mano, empezamos a analizar el día y Camboya no nos parecío un lugar tan malo, es diferente, y siempre que uno tenga cuidado como en cualquier lado, no tiene por qué ser peligroso.
A la mañana siguiente y después de haber dormido muuucho empezamos la maratón. Nuestro autobús salía a las 12:15h y en esas 4 horas queríamos ver dos de los puntos imprescindibles: el Palacio Real y el Museo Tuol Sleng.
Empezamos por el Palacio donde nos asombró mucho su arquitectura, con clásicos tejados jemeres dorados, y su pulcritud (en comparación con como suele estar el resto de la ciudad). Muchas partes permanecen cerradas al ser la todavía residencia del rey Sihamoni, pero pudimos ver el Salón del Trono, algunos edificios colindantes hechos museo y la espectacular Pagoda de Plata, una zona de templos perteneciente al Palacio, con hermosas pinturas en los muros circundantes.
A continuación, sólo nos quedaba acercarnos al museo antes de partir. Antes de hablar de lo que vimos y demás sensaciones, creemos que es importante dar una pincelada en la historia de este país reprimido por una dictadura y maltratado hasta hace bien poco.
Hablar de la historia reciente de Camboya, implica hablar de la revolución de los Khemeres Rojos, quienes en los años 70, capitaneados por el general Pol Pot, masacraron a un tercio de la población. Creían que dicho alzamiento solo podría triunfar eliminando los elementos impuros y contrarrevolucionarios, convirtiendo al país en una sociedad agrícola y rural. Esto hizo que cualquier persona que para los khemeres no fuera apta para esta nueva sociedad fuera literalmente eliminada en alguno de los campos de exterminio del país. Uno de los más importantes fue el de Choeung Ek en Phnom Penh, donde asesinaron y quemaron los cadaveres de miles de personas, la mayoría proveniente del centro de tortura de Tuol Sleng o S21. En este centro se sacaban las confesiones y se hacía que delatasen a "otros traidores", a base de inmundas torturas.
Estos asesinatos junto a una esperanza de vida que no supera los 70 años, hace que no sea común ver personas de cierta edad en Camboya.
Al visitar el museo, conocimos horrorizados más acerca del genocidio que sufrió el país. El lugar en concreto, era un colegio que durante el conocido como 21S fue tomado como cárcel donde miles de personas fueron retenidas en minúsculas celdas, torturadas de cientos de horribles maneras y finalmente asesinadas, acusadas del delito de traición.
Los Khemeres Rojos no sólo se encargaron de ir a por los "traidores" (la mayoría eran inocentes que acababan testificando para no soportar más dolor), sino que también arrestaron y mataron a sus hijos, e incluso a algunos extranjeros.
Un lugar que pone los pelos de punta, donde además de las celdas de tortura y los minúsculos cubículos donde estaban retenidos, se conoce la historia de los presos. Existen fotos de todos y cada uno de ellos, y se imagina cómo era su vida en cautiverio, incluso aún hay restos de algunos de ellos. Por último se puede saber qué fue de los únicos 7 supervivientes.
Con el corazón en un puño decidimos no ir a conocer Choeung Ek, estaba a 15km y ya habíamos tenido suficiente con el museo.
Con el mal sabor de boca por el difícil pasado de este pueblo terminamos el recorrido y abandonamos la ciudad camino al Sur.
Muy interesante la historia del pueblo camboyano,pero...que duro!!
ResponderEliminarSi. La verdad que yo, particularmente, no tenía ni idea e ir allí e imaginarte las barbaridades que ocurrieron...uff. Lo mejor de todo es que estamos aprendiendo un montón de historia. Besos
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