domingo, 26 de marzo de 2017

Moalboal, volando entre sardinas

Antes de llegar a Cebú no teníamos muy claro el itinerario. Había muchas opciones y poco tiempo. Al Norte, dos islas: "Bantayán" y "Malapascua" y al Sur: "Moalboal" y la isla de "Siquijor".
Tras valorar tiempos y opiniones decidimos ir al Sur, más por el tiempo que teníamos que por otra cosa, porque habíamos oído maravillas, sobre todo, de Malapascua. Pero las 5-6 horas de autobús, más otras tantas de ferry para ir, más la vuelta... supondría gastar, al menos, un día solo viajando.
Con ésto, optamos por empezar por Moalboal, un pueblo al Sur de la isla de Cebú, que aunque es un destino muy elegido por los buceadores, tiene otras tantas opciones para los que no tenemos el Open Water  (Elena, ¡En algún momento me lo tengo que sacar!). La principal, coger un snorkel, adentrarte unos metros en el mar y encontrarte con una nube de sardinas nadando al compás. Pero de ésto os hablo después.
Era muy temprano cuando sonó el despertador en la pensión "Fátima". A sabiendas del tráfico de la ciudad y del horroroso calor, decidimos intentar coger pronto alguno de los muchos autobuses que salen desde la estación Sur con destino San Sebastián-Bato (hemos pasado también por Santander, Madridejos... y seguro que otros cuantos en los que no nos hemos fijado).
Nada más llegar, justo salía uno pero sin aire acondicionado. Si queríamos ir fresquitos teníamos que esperar una o dos horas, así que a sudar se ha dicho.
Tras tres horas de camino en un destartalado bus que paraba a cada rato llegamos al pueblo y tuvimos que negociar con un trycicle que nos acercó a Panagsama, la zona más chula y donde se encuentra el hospedaje.
Habíamos consultado previamente precios y fuimos directos a "Vivians Place", que no era especialmente barato pero para la zona estaba bien.
Dejamos las cosas y, como siempre, tocaba salir a tomar conciencia de dónde estábamos.
La zona, repleta de centros de buceo, resorts y cabañas, tenía su encanto. Llegamos al centro de la playa y alquilamos unos snorkels y ¡ale!, al agua a buscar sardinas. Cuál sería nuestra sorpresa que no habíamos nadado más de 10 metros de la orilla cuando las vimos. Miles y miles de ellas nadando al compás con un milimétrico ritmo. Increíble e indescriptible la sensación de adentrarte y rodearte de ese enorme banco de peces. Ni siquiera las fotos pueden reflejar al mínimo lo que vimos y experimentamos.
Pero lo mejor es que no sólo encontramos sardinas, sino también corales preciosos, peces de todos los colores, tamaños y formas, erizos, estrellas de mar y, como colofón, una tortuga que comía a sus anchas sin percatarse de que ahí estábamos observándola. No me puedo imaginar lo que los buzos pueden ver al adentrarse un poco más.
Entre baño y baño, una comida en un restaurante local que se convirtió en nuestro lugar de peregrinaje para alimentarnos y donde conocimos a una española que no paramos de encontrarnos en nuestras posteriores rutas.
Una ducha, una Red Horse fresquita con la puesta de Sol y a la cama a soñar con pescaditos.
A la mañana siguiente alquilamos una moto para acercarnos a las "Kawasan falls", las cascadas más famosas de todo Cebú y con el agua más turquesa que habíamos visto. No es de extrañar que hubiera tanta gente viéndolas.
Una pequeña caminata tras dejar la moto y llegamos al primer salto de agua donde encontramos la mayor parte de la gente (filipinos en su mayoría) y hasta un par de bares (la verdas que le quitan el encanto al asunto). Podías incluso alquilar una especie de plataforma de bambú para acercarte a la caída del agua y que te hicieran unas fotos (una turistada vamos).
Al ver tanta gente nosotros decidimos ascender hasta el salto más alto, el tercero. Allí se estaba más agusto y nos bañamos más tranquilos. Incluso Miguel se lanzó desde lo alto. Yo sólo me atreví a tirarme desde la segunda, un poco menos alta.
Baño aquí, baño allá, pasamos más de media mañana. Volvimos al pueblo a comer y continuamos. La siguiente parada fue la White Beach. Otra playa de arena blanca y agua cristalina que, no siendo tan espectacular como el resto, fue el lugar perfecto para echar una pequeña siesta, tomar el sol y reirnos un rato viendo a unos chavales, primero jugando a algo así como el "Balón prisionero" y luego al Voley playa.
Y retomando costumbres, puesta de sol, esta vez con una San Miguel Light (tipo Coronitas), una ducha, cena y a dormir.
Al día siguiente emprendíamos rumbo a "Siquijor".
Habíamos valorado la posibilidad de acercarnos al cercano pueblo de Oslob a nadar con Tiburones Ballena (peces de unos 16m de longitud), pero, tras informarnos bien, optamos por no ir. Nos gusta viajar respetando a los locales y sus costumbres, el Medio Ambiente y a los animales; y Oslob no lo hace. Los Tiburones Ballena siguen una pauta migratoria que se ve frenada al alimentarles artificialmente, y no se marchan del lugar, lo que modifica su naturaleza, aún más cuando diariamente sufren a cientos de turistas que se lanzan al agua a bañarse con ellos y fotografiarlos. Algunos incluso presentan heridas por haberse acercado a los barcos a por la comida
Hago esta anotación por si alguien sen plantea viajar a Filipinas y ser partícipe de este circo. Hay mucha información en internet sobre el tema. Hoy por hoym "Donsol" es el único sitio en el país donde es posible verlos en su estado natural, si coincide con temporada migratoria, normalmente Marzo o Abril, y si se tiene suerte. Pero es que es así como se hace de forma respetuosa y sostenible.
Bueno después de este discurso, ahí van unas fotillos.

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