Después de tantos preparativos y vuelos, llegamos a Bali y desde entonces ¡no hemos parado!.
Las primeras horas en la isla no dieron para mucho, con mil horas de viaje a los hombros y el famoso jet lag, lo único que conseguimos hacer fue tomar unas cervezas de bienvenida, que eso siempre se nos da bien. Pero ya desde entonces, y tras conocer al dueño del hotel donde nos alojábamos (en Denpasar, la capital), nos pudimos dar cuenta del carácter balinés: hospitalarios, amables, siempre sonrientes y muuuy tranquilos. Quien nos lo iba a decir cuando los vimos conducir, pero bueno, de eso ya hablaremos en otro momento.
A la mañana siguiente y, tras 11 horas de sueño, comenzamos la visita alquilando una moto para conocer la cerana y TURÍSTICA Kuta. Lo dejo bien claro porque, pese a que tiene su pequeño encanto, la ciudad está plagada de turistas (sobre todo australianos) y surferos, lo que ha hecho que pierda un poco su esencia; aún así disfrutamos de su playita y sus vistas. Nos quedó pendiente poder bajar a las playas del sur, en la península de Bukit, al hacérsenos de noche y estar reventados de tanta moto.
El sábado pudimos visitar el templo de Tanah Lot, que nos quito algo el regusto de masificación de Kuta, aunque para que nos vamos a engañar, no creo que haya un lugar en el sur de Bali que no esté plagado de guiris.
Pese a todo, el templo es una maravilla, muy recomendable para visitar. Se emplaza al este de Depansar, en la costa, sobre un pequeño acantilado y el mar, y pese a eso está perfectamente conservado.
Para poder acceder a él se cruzan extensos campos de arroz en una carretera sinuosa, que también nos ha dado un poco la idea de como es la isla.
Por lo demás poco que destacar de la capital de Bali, calles llenas de tráfico, olores, gente y comercios.
Ahí dejamos alguna fotillo de la playa de kuta y el templo.
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