Nada más bajar del taxi del aeropuerto, la decisión fue unánime, alquilamos una moto, si señor. Y es que fuimos recibidos por Bali con una horaza de taxi hasta el hotel. Suerte que tenían motos en el propio establecimiento. Nuestro primer paseo en moto fue como si te dieran un palo y te soltaran en mitad de la batalla de las Termópilas. Coches y motos, motos y coches, perros y gente cruzándose por nuestro camino sin parar y sin sentido; y todo ésto agravado con el hecho de que hay que ir por el lado contrario que en España. Es una sensación desconcertante al principio, hasta que te das cuenta de que tú también puedes hacer como ellos y saltarte todas las normas si es que tienen alguna, bueno sólo tienen una que es pitar a todo lo que se menea. Poco a poco nos empezamos a sentir agusto en ese caos y cómodos con esa "conducción "ratonera" y al final la moto se convirtió en nuestra compañera indispensable de viaje. Inmensos campos de arrozales, puentes sobre ríos más altos que las copas de los árboles, enormes lagos, sinuosas carreteras de montaña o túneles de bambú nos esperaban cuando dejábamos atrrás las ciudades; en cada pueblo los niños nos recibían corriendo y saludando. De Denpasar a Kuta, de Ubud a Kintamani o el Lago Batur...hemos pasado cinco días viajando entre Naturaleza. Marina ha demostrado ser un gran copiloto, también se arracaba a preguntar a los balineses cuando nos perdíamos. En inglés, balinés o en lenguaje de signos si hacía falta, igual le daba. Ahora, por un tiempo, nos toca viajar en bus. A ver que tal se da.
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