miércoles, 5 de abril de 2017

Las Islas Filipinas

Las Islas Filipinas... ¿por qué ir? Pues... porque sí.
Por saber a qué huele el Océano Pacífico. Por ver la forma desde el cielo de ese enorme archipiélago. Por el sabor del la sal en tu cuerpo tras un día entre el mar y el viento. Y así sentir, ya desde el primer día, todo eso y mucho más tomando una "San Miguel" fresquita en el paseo marítimo de "Puerto Princesa".

El Sol ya asomaba en Port Barton justo al momento de embarcar, y el áspero tacto de aquel barquito contrastaba con el suave sonido del oleaje mañanero. Empezaba el traqueteo...
El movimiento de la barca, esa que tantos momentos de paz nos ha brindado, desde arriba o en el agua, había venido para quedarse. Y debajo, el arrecife. Allí nos reencontramos con los peces, con las algas, las tortugas, el coral y las corrientes. 

Nada en Filipinas se entiende sin el Mar. La gente pesca allí, también navegan, y a nosotros nos llevan de una isla a otra para enseñarnos sus secretos. Y así, las lagunas naturales de "El Nido" nos son descubiertas. Las rocas que asoman en el agua, las playas más secretas y los islotes donde viven las estrellas de mar. 
Las sardinas de Moalboal nos escoltan hacia el azul más azul y, mientras los buzos se adentran, nosotros jugamos con esa tortuga que rebusca entre los corales. 
Es cuando el aire se enturbia y aparece la lluvia. Aún así nadie se esconde, sigue habiendo gente, y siempre hay un "hello sir" o un "trycicle madamme". Cuántos niños y qué de sonrisas entre los charcos.

Tras el agua está la tierra, por ejemplo en "Siquijor". Allí están los hombres del Mar. Con esa magia filipina, la mística de cada pueblo o cada capilla "ni Cristo". Y tras una iglesia, un río; y más allá, una cascada; luego aparece un bosque; y dentro, otro pueblo.

Las islas más profundas nos enseñan que, en su interior, también hay montañas. Además tienen bosques, árboles y praderas. En "Bohol" hasta hay un río (el "Loboc") y, a su alrededor, hay unas colinas. Las de "chocolate", claro, donde no se divisa otra cosa en el horizonte. Pero si miras de cerca, muy de cerca, podrás encontrar seres extraños. Animales de tierras remotas. El más particular es ese animalillo que duerme de día y que, de noche, se aferra a las ramas del bambú y observa qué se mueve por ahí con sus ojazos: ese es el mono "Tarsier". ¡Vaya suerte haberlos visto a varios de esos enanos!

En las islas más grandes se agrupan muchos, y allí es donde aparece la civilización. Ciudades relativamente modernas donde nos encontramos ministerios, fortalezas, banderas y catedrales. Todas con ese aire pirata y colonial que nos es tan familiar. Así son Cebú y Manila. Mucha gente, sí; también calor y humedad. Pero, ¿y las sonrisas de todos? ¿Y los saludos furtivos entre la multitud? Es difícil de explicar. Más aún su extraña modernidad: los rascacielos, ¡el Jollibee!, esas chicas con sus móviles bañadas en crema con "whitening". Es un choque cultural.

Y, ya está. "Salamat" filipinos. Aunque en realidad es más. Nos dejamos la mitad, la calma de "Siargao", ¡la fiesta de "Boracay"; el buceo en "Coron", la belleza visual de los arrozales del Norte de "Luzón" y otras muchas experiencias en paradisíacas islas como "Bantayan" o "Malapascua". Sin olvidar al tiburón ballena en libertad (hablo de "Donsol"). Pero las palabras se me acaban y no puedo explicar todo lo que este sitio significa. Si tenéis curiosidad, pues aquí están y no creo que vayan a ninguna parte. Hay que venir. 

Bueno, aún me quedan tres palabras más: Las Islas Filipinas 








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